jueves, 12 de marzo de 2009

Bocados

Carmen vio llegar a aquella mujer antes incluso de bajarse del coche. Sabía que quería hablar con ella porque la miraba directamente desde la distancia, arrastrando a un niño del brazo como quien trae un vestido roto a la tienda en la que se siente estafada. Con el otro brazo gesticulaba señalando al niño. Abrió la guantera por si le quedaba algún ansiolítico y vio la caja arrugada de Orfidal. De todas maneras, pensó, tampoco iba a hacer efecto tan rápido. La mujer y el niño arrugado y lloroso llegaron a su altura.

- ¡Eeeeessstoooo es lo que le ha hecho su hijo al mío! ¿Qué le parece? ¡No quiero ni veeerrlooo! ¡Lléveselo a otro sitio, o a su casa, pero no lo traiga al colegio más! Es un salvaje, a saber....

Carmen la miraba mientras recordaba cuántas cosas tenía que comprar. Siguió un rato soltando exabruptos. Manolo no aparecía, afortunadamente para él.

- Lo tendré en cuenta señora. Le pido disculpas. Le aseguro que lo torturaré hasta la extenuación. ¿A usted le gustan las espinacas?

- ... y no crea que soy la única... toooodaaaas laaas madres pensamo lo...Mire, mire el bocado.. si lo tiene marcado la criatura...

- Disculpe un momento, señora.

Carmen aligeró el paso hasta conseguir que mamá con niño arrastrado se quedaran atrás lo suficiente como para que sus voces se confundieran con el bullicio del patio.

Entró en el colegio, se adentró por los pasillos buscando a su hijo. Manolo se entretenía corriendo sin parar desde la puerta del comedor hasta el pestillo de la cancela que daba al patio. Carmen se quedó un instante observándolo. Era una actividad sin sentido aparente. Bueno, era Manolo. Se acercó y cuando la vió, el niño se abalanzó sobre ella. "Mamáaa". Parecía recien llegado de un largo viaje, solo que con una gran mancha rosa sobre el jersey.

- ¿Y esto de qué es?
- ¿Eh? - se miró la mancha- ¡Ah, me lo echó Pepe!.
- ¿Y qué te echó?
- El batido. Es de fresa - dijo acercándose la mancha a la nariz para confirmar el olor.
- ¿Le has pegado un bocado otra vez a un niño?
- A Pepe. Fue sin querer. Estábamos corriendo...¿Esta tarde vamos al parque?

Mientras cruzaban el patio, Carmen fue contando los niños a los que Manolo había "marcado" con bocados en distintas partes. En algunos era visible aún. Le pareció que estaban haciéndoles el pasillo y que en la puerta les aguardaba una multitud cargando piedras en espera de la lapidación final. Hacía dos meses que no le dejaban jugar con la video consola, ver los dibujos, comer pizza, ni bañarse con los patitos amarillos limón. Pero él seguía ajeno al castigo, estampando su débil dentadura sobre los cuerpos aún más débiles de sus compañeros de pupitre.

Carmen

martes, 24 de febrero de 2009

El nacimiento de Manolo

Manolo nació un día triste de abril. Fue el único día triste de un mes lleno de flores y de sol. A su madre el parto no le resultó especialmente doloroso. Participaba con fluidez de la conversación que mantenían la matrona y la auxiliar hasta que le tocaba empujar. El niño se deslizó por el líquido amniótico hacia la luz, un camino trillado y señalado por sus anteriores tres hermanos, todos varones, todos nacidos en primavera. Lloró más de la cuenta, al menos eso le pareció a Carmen. Ahora tomaba el pecho, ahora cogía impulso y aire para proseguir el llanto.

Pesó tres kilos y ochocientos cincuenta gramos. Quizás fueran algunos gramos más, pero aquella báscula primitiva redondeaba hacia el cero y el cinco. Tenía la cara arrugada, bien por algún dolor desconocido, bien porque aventuraba un niño ceñudo y difícil.

El padre se acercó a la madre en la cama, ya en la habitación 562 del hospital, le puso un dedo en la barbilla al recién nacido y anticipó con clarividencia:

- Este niño va a ser tristón.
- No digas eso -protestó Carmen-; el niño va a ser médico.
- Un médico triste -asumió Antonio.
- Tú sí que estás triste, como el día. No sé cómo pude casarme con alguien tan pesimista.

Carmen era sastre. Hacía chaquetas y trajes completos. Huía de las camisas porque no le compensaba el trabajo para lo que luego querían pagarle por ellas. Para las chaquetas sí tenía una clientela fiel, envejecida y con pocas incorporaciones, pero le permitían mantener un sueldo decente al cabo del año. Antonio trabajaba de contable. Por aquella época aún no habían aparecido los programas de contabilidad que permitían gestionar los asientos y hacer simuladores de presupuestos. El trabajo era arduo, pero él reunía el perfil adecuado: puntilloso hasta el extremo y pesimista convencido.

Manolo estuvo llorando sin parar hasta entrar en el parvulario del barrio. Ahí también lloraba, pero convenció por simpatía a tantos camaradas de clase que parecía un coro esperando al director para inciar la obra. La madre traspasaba el temblor, el carrito y el niño a la maestra que se hacía cargo de él, y que lo empujaba compungida y mascullando su mala suerte por el pasillo hacia el aula silente y expectante.
En esta guardería estuvo un año, pero tras la marcha de cuatro maestras, la directora decidió pedirle a la madre que cambiara al niño alegando que su negocio estaba en juego. La madre accedió, comprensiva, y así comenzó un circuito de tres guarderías, cada vez más lejanas, en el plazo de los dos siguientes años

Al llanto perenne se le fueron sumando, a medida que el niño ejercía mayor control muscular, posturas de tensión que envaraban al niño sobre la sillita o en el suelo. Si lo cogían para calmarlo, tanto la madre como el padre o cualquiera de sus muchas cuidadoras, tenían la sensación de tener un tronco rígido que soltaba agua por unos huequecitos entrecerrados junto a unos sonidos agudos e interminables que convertían en malos pensamientos cualquier buena intención previa.

Lloraba y lloraba, y se tensaba más y más. El pediatra les decía que habían tenido mala suerte, que era un niño difícil pero que si hacían tal y cual cosa... Ante la insistencia de los padres, finalmente les recetó un medicamente. Unas gotitas que los padres compraban par pares en la farmacia por miedo a que se agotaran. Fue un gran descubrimiento que evitó probablemente que cedieran al niño en adopción.
Antes de las gotas, Manolito también dormía. Nadie tenía conciencia de ello, pero según el pediatra si el niño seguía vivo y poniendo peso, es que dormía.

Al tercer año, las gotitas se habían extendido también a la guardería, y el niño permanecía sedado, sentado en su sillita prácticamente dormido. Se saltó de esa forma cualquier estimulación de las que reciben los párvulos tanto en su interacción con los otros niños, como en el manejo de los juguetes educativos que regaban el suelo.
Consiguió ser el más impopular del barrio, lo cual, como sabemos hoy, es igual de importante que lo contrario.
Manolito el llorón. "Por ahí va el niño ese", "qué niño más impertinente", "si yo fuera la madre...". Las buenas personas se acercaban a darle consejos a Carmen, a una madre ojerosa y cansada, que podría haber escrito un manual de soluciones infructuosas para el llanto infantil, al menos para el llanto de su hijo.

¿Qué podría causar ese llanto persistente en un bebé?